
En la final de la
Copa del Rey de baloncesto el verdadero robo fue al baloncesto, a nuestro baloncesto, a la imagen de la
ACB. Presumimos de que el basket español es el mejor de
Europa, la mejor liga, pero tras lo sucedido el domingo, hay que ponerlo en duda.

Y los árbitros a la nevera o a casa de por vida. El daño que le han hecho al baloncesto es irreparable y ya para siempre.
Juan Carlos García González, Miguel Ángel Pérez Pérez y Benjamin Jiménez Trujillo no pueden seguir en activo ni un partido más, después de no ver una falta antideportiva clamorosa de
Randolph sobre Singleton y tampoco el rebote legal de Randolph que le daba la victoria al
Real Madrid, un triunfo que le acababan de quitar segundos antes al Barcelona con el manotazo a
Singleton en la cabeza.

El trío arbitral no se atrevió a pitar una falta para el
Barça que suponía dos tiros y posesión, con
90-92 en el marcador y a sólo 11 segundos para el final. En resumen, con la falta que harían lo blancos, iban a ser cuatro tiros libres y el título para los catalanes. La
presión del pabellón, con la afición blanca en plena efervescencia en la
prórroga, pudo con los colegiados. No se atrevieron a señalar la infracción. Es imposible que no la vieran. Luego el 2+1 de
Carroll que ponía el
93-92 los crucificó. O ganaba el Barcelona o se iba a liar muy parda.

Su huida hacia adelante no pudo ser peor, dar por válida la "canasta" de
Tomic que toca el aro y se convierte en un
rebote limpio de Randolph y dos puntos para el
Barcelona que se proclamaba así
campeón por
93-94.
Los árbitros prevaricaron, es decir, dictaron una sentencia, una decisión injusta, a sabiendas de que lo era. Quisieron devolverle a los azulgranas lo que les habían quitado. Y lo hicieron.
Un auténtico escándalo, el mayor en la historia del baloncesto español.