Siempre hemos criticado la
disciplina con sus deportistas en China o Rusia, por poner sólo dos ejemplos. Y ahora resulta que en casa tenemos, o teníamos, lo mismo. Que las medallas de la
natación sincronizada, de las que tanto presumíamos, eran a costa de
humillar a algunas de las nadadoras, incluso de
arruinar sus vidas.

La seleccionadora
Anna Tarrés seguro que tiene su versión, y es diferente de la publicada por las chicas que denuncian su trato vejatorio, pero la famosa
carta, firmada por quince nadadoras, confirma lo que todo el mundo sabía dentro de la Federación de Natación y que ninguno de sus presidentes quiso parar, hasta el día en el que le anunciaron a Tarrés que ya no seguía. Eso sí, después de ganar otras
dos medallas en Londres. Echarla antes no, por supuesto que no.
Motivos había de sobra. Nadie se puede inventar que a una deportista su entrenadora la llame gorda o no te hagas la estrecha si te has follado a todo lo que se mueve (con catorce años)... trágate los vómitos si tienes naúseas...etc.

Lo triste es que los oros, las platas o los bronces lo hayan tapado todo y que incluso
Gemma Mengual, ahora una de las sustitutas de Tarrés, critique que esto salga a la luz y diga que ahora no toca sacar mierda. Yo pienso todo lo contrario, es el momento de depurar responsabilidades y que algo así
nunca más vuelva a suceder en nuestro deporte.
El fin no justifica los medios. La
vida vale más que cualquier medalla.